viernes, 26 de febrero de 2021

Hablaron por sí mismo los hechos.
Todo lo demás quedó en entredicho.

Imagen: Chema Madoz




jueves, 4 de febrero de 2021

La repetición del duelo trae la amnesia
del llanto colectivo, ya no conmueve.
La costumbre
se alía con esta otra forma de holocausto,
de muerte normalizada
cuando somos más autómatas que nunca,
cuerpos deshidratados sin abrazos,
ahora que la Tierra,
-esa pelota verde cada vez menos verde-
grita oxígeno,
ahora que algunos
-sucios y rastreros uniformes, sotanas
y trajes, ladrones cobardes sin conciencia-
deciden con honor
colar en la fila de la vida su privilegio
justo cuando no hay un lugar en el planeta
donde salvarse,
y nosotros, con la esperanza estancada
ante un largo etcétera de ausencias
y este cansancio de sentir
lo difícil de echarse a volar
con esta realidad tan aplastante.
Pero yo digo con lengua mendiga
-léase con tono suplicante-:
pongamos tripas, corazón y coraje
por encima de este vértigo
y esta niebla,
seamos eslabones de una cadena,
hagamos, entre todos, un sueño a medias
sabiendo que solo es posible seguir
hacia delante
con nuestro tanto por ciento
de angustia
porque sucede que, por encima
de todos esos
mercaderes de antídotos,
estando a una hoja de almanaque
de un año de supervivencia,
nosotros curaremos
el mundo que se derrumba por dentro,
abriremos el pecho y las venas
hasta que brote algo humano
y lloraremos, si nos toca, dignamente
con pena a nuestros muertos
sin miedo, culpa ni vergüenza.