Yo vi el fogonazo mortal de la pólvora reflejado
y oí el estruendo seco del disparo por la espalda
un segundo antes.
Desde el suelo olí el líquido donde refractaba la luz
del sol mi corazón desangrado.
Fuiste tú quien me ejecutó, quien urdió la trama,
quien masculló algo que no entendí
pero que dolió y el dolor suele contener
preguntas que un verdugo no contesta,
(¿acaso la indiferencia no es suficiente
para no morir infelizmente de recelo
a asumir esta vida y su peso?. Habría
bastado con el adiós y sus distancias)
No hubo clemencia: me apartaste con el pie y
como una más que no
fue nada, morí una noche fría de octubre.
Por todos hablo en primera persona
para contar por qué nacen flores marchitas
en esas zanjas regadas de penas
porque son los abandonados del amor
de quienes hoy me acuerdo,
los otros olvidados en las cunetas.