martes, 2 de mayo de 2017

Dentro, existen los intersticios, espacios
huecos, por donde se cuela la angustia y se hace
una casa en cualquier tejido del ventrículo
izquierdo, como un parásito que se alimenta
de ti y lo deja todo como un campo baldío.

A medida que va engullendo los músculos
va transformándose en estructuras de soledad
o tristeza, carcome los impulsos eléctricos de luz
y te deja frágil como una niña, que perdida
en una ciudad, espera llorando a que la lleven a casa.

Solo aplicar calor cada ocho horas como un parche
sobre la parte herida, puede regenerar la materia
o quizá no, y así te mueves por la vida, según los días,
acusada de blanda por deshacerte en ternura
y de dura cuando ya te ha hecho inmune.

Imagen: Anna Bodnar


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