poner en luces de neón
todos los nombres que existieron,
porque existieron, y rompieron
los bucles de lo inexplicable,
ser mujer y empuñar la pluma
con la osadía de ocupar un lugar, el suyo,
sinónimo de género neutro.
Las Zenobias del veintisiete -y las de antes-,
las que se quedaron Sinsombrero,
las Penélopes que sufrieron cien mil Ulises,
-y las de después-, el resplandor eclipsado
de la generacion Beat, o la poeta en Nueva York
interrogándose a ella misma en Cherry Lane.
Por aquella arteria, abierta a bombas, trece rosas
desangradas. A quien rompía moldes,
el exilio o silenciadas, ¿acaso no es lo mismo?.
Se atrevieron a desear quienes eran deseadas.
Inútil. Volaron en la cometa por un tiempo,
y sopló en su contra
el viento del olvido
y aquella Residencia truncada en asilo femenino,
de entonces, y la Biblioteca de Mujeres de Madrid
de la que nadie sabe, de ahora, todo y nada,
manchas de tiza que alguien borró con el dedo.
La memoria miente.
La Historia más.
Siempre estuvieron, sin embargo.
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