domingo, 24 de mayo de 2020

Quedó de nosotros
como amor póstumo
de amantes yertos
en piedra esculpida nuestra pequeña historia
en el tiempo,
ese que al pasar debió hacer florecer girasoles
como locos y que dejaste morir, deteniéndolo,
como el agua de un cuadro.

Solo en ti está la clave
del golpe de cierzo
que me persigue como constante oleaje
apagando el fuego y dejando el humo
como imagen leprosa
de momentos roídos.

No hay Jordán que resucite tu lengua
de Sáhara que ya no necesita el Nilo
que pasa por mi boca. El milagro se rompió
en muerte prematura al sentir las espuelas
de tu engaño.

Se bien que no late igual la lengua
que el pecho
cuando en sus hechos se contradice:
ningún amor se autotraiciona
y eso no es cuestión de perspectiva.

Porque no soy para la vida
autómata homologada ni duplicidad posible
de exorcistas que expulsan pasiones
y las hacen mármol, nieve dura,
quedó en la memoria mi amor derramado
en la sábana-mortaja
que inesperadamente nos contuvo.

Te fuiste por las sombras en un juego
de desapariciones donde creo
reconocerte a lo lejos,
pero yo siempre recordaré tu llegada
como un día luminoso
porque colmabas mi sed que era de aire
y el aire era liviano cuando tú estabas.

Y es que es a pecho descubierto
la única manera en que el amor traspasa,
un temblor compartido
de ramas.






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