viernes, 27 de enero de 2017

Aprendí a cocinar
para llevarme a la boca cada día
una ración de sonrisas
y desde entonces
tengo la digestión más ligera.

Me protege de los serios,
del control de sus músculos
de su pose interesante;
me alivia el tránsito frenético
que va dejando muescas en mí
como en la corteza de un árbol.

Con frecuencia me rio de mí misma
como un ataque repentino de tos
imparable,
y aquí estoy comiendo a placer
engordando a kilo por carcajada.

La risa me sostiene
y me espanta los miedos
disuelve las máscaras
me aparta de la queja
rellena las fisuras
previene la arrogancia.

Imagen: Ellen von Unwerth



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